Jueves 4 de junio (cuadernos de 1957 a 1960) - Diarios, Alejandra Pizarnik
La imagen de un gato que se asoma y comienza a mostrarse pero no termina nunca, su cola jamás aparece, su lomo es infinito. Un gato de millares de metros que saca rollos y rollos de lomo.
Cada vez más temerosa de la locura. Recién, por ejemplo, sentí que dentro de mi cerebro hay plomo, o que mi cuero cabelludo recubre una esfera de metal. Además mi temor de que se me caiga el pelo, de que me crezca una barba, de perder los dientes. La historia de un ser que deviene viejo a los pocos instantes de haber nacido. Pero yo no he nacido aún…
Le envié una carta ridícula y gemidora a O. Espero que me responda seriamente, sin consuelos fáciles. Yo sé que la angustia suele engendrar poemas. Pero yo tengo miedo de volverme loca. Miedo y deseos.
Pienso que uno de los motivos por los que persisto viviendo con mis familiares es este famoso temor. Si bien ellos no me dan amparo ni afecto ni nada sino una cortesía lamentable y una benevolencia forzada, creo que me ayudarían —casi digo me ayudarán— cuando llegue, quiero decir, si me llegara a sobrevenir un ataque o cualquier cosa por el estilo. Yo, nada menos que yo, quiero escribir libros, ensayos, novelas, y etc., yo, que no sé decir más que yo… Pero que lo siga diciendo durante mucho tiempo, Dios mío, que lo siga diciendo y que no me enajene en la demencia, que no vaya a donde quiero ir desde que nací, que no me sumerja en el abismo amado, que no muera de este mundo que odio, que no cierre los ojos a lo que execro, que no deje de habitar en lo horrible, que no deje de convivir con la crueldad y la indiferencia, pero que no deje de sufrir y decir yo.
¿He pensado que Henry Miller tiene algo de Unamuno? Todos los autores españoles y americanos tienen la desdicha de sus comentaristas que los han recubierto de idiotez, que los han enmierdado y convertido en pasta dentífrica. ¿Por qué diablos no me traje algo de Unamuno?
En un sentido más profundo, por qué no me traje lo esencial de Unamuno, su sed de vida, su espíritu encarnado en un cuerpo, su pensamiento como un río que va y viene, por qué me traje sólo mi silencio y mi nada.
Pero si llego a aceptar mi soledad. Estoy tan sola, y no tengo por amigo ni siquiera un libro, ni siquiera un recuerdo que acariciar, un nombre amado o que amé, no tengo nada en este mundo para evocar con alegría o por lo menos con cierta sensación de calma, de bienestar. Esto es lo que me aterroriza: nada, nada, me une o enlaza a este mundo, nada sino el miedo, las humillaciones pasadas, mi oscuro rencor, mi odio mudo. Cómo es que aún persisto. Qué fuerza, qué milagro estoy cumpliendo.
Dejé de pintarme. Ahora parezco una lesbiana típica. Bienvenida sea. Para qué mentirme. A mí me gustan las mujeres, sólo las mujeres. Pero no sexualmente. He aquí el problema.
No hay tiempo para lo que no se desea hacer. Para lo que se desea verdaderamente hay siempre tiempo, se está siempre a tiempo, no se es nunca demasiado viejo.
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Cada vez más temerosa de la locura. Recién, por ejemplo, sentí que dentro de mi cerebro hay plomo, o que mi cuero cabelludo recubre una esfera de metal. Además mi temor de que se me caiga el pelo, de que me crezca una barba, de perder los dientes. La historia de un ser que deviene viejo a los pocos instantes de haber nacido. Pero yo no he nacido aún…
Le envié una carta ridícula y gemidora a O. Espero que me responda seriamente, sin consuelos fáciles. Yo sé que la angustia suele engendrar poemas. Pero yo tengo miedo de volverme loca. Miedo y deseos.
Pienso que uno de los motivos por los que persisto viviendo con mis familiares es este famoso temor. Si bien ellos no me dan amparo ni afecto ni nada sino una cortesía lamentable y una benevolencia forzada, creo que me ayudarían —casi digo me ayudarán— cuando llegue, quiero decir, si me llegara a sobrevenir un ataque o cualquier cosa por el estilo. Yo, nada menos que yo, quiero escribir libros, ensayos, novelas, y etc., yo, que no sé decir más que yo… Pero que lo siga diciendo durante mucho tiempo, Dios mío, que lo siga diciendo y que no me enajene en la demencia, que no vaya a donde quiero ir desde que nací, que no me sumerja en el abismo amado, que no muera de este mundo que odio, que no cierre los ojos a lo que execro, que no deje de habitar en lo horrible, que no deje de convivir con la crueldad y la indiferencia, pero que no deje de sufrir y decir yo.
¿He pensado que Henry Miller tiene algo de Unamuno? Todos los autores españoles y americanos tienen la desdicha de sus comentaristas que los han recubierto de idiotez, que los han enmierdado y convertido en pasta dentífrica. ¿Por qué diablos no me traje algo de Unamuno?
En un sentido más profundo, por qué no me traje lo esencial de Unamuno, su sed de vida, su espíritu encarnado en un cuerpo, su pensamiento como un río que va y viene, por qué me traje sólo mi silencio y mi nada.
Pero si llego a aceptar mi soledad. Estoy tan sola, y no tengo por amigo ni siquiera un libro, ni siquiera un recuerdo que acariciar, un nombre amado o que amé, no tengo nada en este mundo para evocar con alegría o por lo menos con cierta sensación de calma, de bienestar. Esto es lo que me aterroriza: nada, nada, me une o enlaza a este mundo, nada sino el miedo, las humillaciones pasadas, mi oscuro rencor, mi odio mudo. Cómo es que aún persisto. Qué fuerza, qué milagro estoy cumpliendo.
Dejé de pintarme. Ahora parezco una lesbiana típica. Bienvenida sea. Para qué mentirme. A mí me gustan las mujeres, sólo las mujeres. Pero no sexualmente. He aquí el problema.
No hay tiempo para lo que no se desea hacer. Para lo que se desea verdaderamente hay siempre tiempo, se está siempre a tiempo, no se es nunca demasiado viejo.