Autoretrato - Rosario Castellanos

Rosario Castellanos nos cuenta cómo se concibe a sí misma, haciendo gala de ese sello humorístico y sarcástico que la caracteriza en algunas de sus obras, resaltando su honestidad sin miedo a mostrarse al mundo tal cual es. De la sección: "Percepciones existencialistas" Lee el poema completo aquí: https://share.transistor.fm/s/a6bbf7e6
 Yo soy una señora: tratamiento
 arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
 para alternar con los demás que un título
 extendido a mi nombre en cualquier academia.
 
 Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
 yo soy una señora. Gorda o flaca
 según las posiciones de los astros,
 los ciclos glandulares
 y otros fenómenos que no comprendo.
 
 Rubia, si elijo una peluca rubia.
 O morena, según la alternativa.
 (En realidad, mi pelo encanece, encanece.)
 
 Soy más o menos fea. Eso depende mucho
 de la mano que aplica el maquillaje.
 
 Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
 —aunque no tanto como dice Weininger
 que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
 Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
 y, por la otra, me da la devoción
 de algún admirador y la amistad
 de esos hombres que hablan por teléfono
 y envían largas cartas de felicitación.
 Que beben lentamente whisky sobre las rocas
 y charlan de política y de literatura.
 
 Amigas... hmmm... a veces, raras veces
 y en muy pequeñas dosis.
 En general, rehúyo los espejos.
 Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
 y que hago el ridículo
 cuando pretendo coquetear con alguien.
 
 Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
 que un día se erigirá en juez inapelable
 y que acaso, además, ejerza de verdugo.
 Mientras tanto lo amo.
 
 Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
 Hablo desde una cátedra.
 
 Colaboro en revistas de mi especialidad
 y un día a la semana publico en un periódico.
 
 Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
 nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
 atravieso la calle que me separa de él
 y paseo y respiro y acaricio
 la corteza rugosa de los árboles.
 
 Sé que es obligatorio escuchar música
 pero la eludo con frecuencia. Sé
 que es bueno ver pintura
 pero no voy jamás a las exposiciones
 ni al estreno teatral ni al cine-club.
 
 Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
 y, si apago la luz, pensando un rato
 en musarañas y otros menesteres.
 
 Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
 diferenciarme más de mis congéneres
 que por causas concretas.
 
 Sería feliz si yo supiera cómo.
 Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
 los parlamentos, las decoraciones.
 
 En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
 es en mí un mecanismo descompuesto
 y no lloro en la cámara mortuoria
 ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.
 
 Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
 el último recibo del impuesto predial.

(De En la Tierra de enmedio.)
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